Carmen y Miguel es un trabajo que surge de manera natural. La luz de la casa y los almuerzos de ella hacen que la mirada se pose con tranquilidad sobre lo cotidiano, sobre la ternura y la nostalgia de los tiempos compartidos. Dos semanas, de lunes a viernes, de disciplinada rutina en que las tareas se suceden. La mesa ya dispuesta y la comida que llega a los platos de las manos de Carmen.
Sin embargo este proceso cotidiano adquiere otra transcendencia cuando disparo y pongo la intención –de manera casual- en un lugar mucho más íntimo y personal.
Reconoce la mirada espacios y objetos e intenta compartir un guiño de complicidad con una generación que ha tenido unos padres y abuelos como Carmen y Miguel. Aunque más allá aparezca la verdadera intención que se deja ver en las acciones, en los objetos donde el ojo se posa discretamente: en las puertas entreabiertas, en el orden, en los pequeños objetos de recuerdos, en la siesta, en la lectura, en el vacío de una mirada perdida y en los pasillos de una casa compartida como toda una vida.
Carmen y Miguel, me permiten entrar a su más tierna intimidad, la de su hogar; el paso del tiempo derriba las barreras de los parentescos, tíos-sobrino, y en su senectud y mi madurez creo vislumbrar el hombre y la mujer que son.